Recién llegados de la última edición del Camorock y mientras
preparamos una buena crónica, la primera
idea que se me viene a la cabeza es el
gran éxito de este festival, que a cada año que pasa, reafirma su apuesta por
las bandas nacionales, con diferentes grados de popularidad, pero sobre
todo con mucha calidad.
En este caso, se puede hablar de Camorock, como de tantos
otros festivales, organizados en pequeñas localidades de nuestra geografía y
que con mucho trabajo, mucha ilusión y casi ningún beneficio se realizan por
gente que solo espera poder ver a sus bandas y por el simple hecho de pasarlo
bien y hacerlos pasar bien.
Poco a poco estos festivales se han ido haciendo un hueco en
las citas veraniegas, y sin pretender ser competencia a los grandes festivales,
si suponen en muchos casos alternativas más baratas o más cercanas al lugar de
residencia.
El espíritu de estos festivales consiste en no tener
demasiadas pretensiones, en la mayoría de las ocasiones financiado por los
propios organizadores y en algunas, pocas, por Ayuntamientos que ven una ocasión
de tener algo de publicidad y por lo menos durante un día tener algún tipo de
beneficio en los vecinos.
Un espíritu que nace muchas veces del amor de unos pocos por
la música y por hacer algo por una escena que no tiene demasiadas oportunidad
en los grandes promotores de este país, que al fin y al cabo viven de ello y
por supuesto buscan los beneficios, es su trabajo.
Un espíritu que además les lleva a poner una entrada
totalmente gratuita y conseguir la única recaudación de lo que puedan conseguir
en la venta de la barra, que encima suelen tener precios más que asequibles.
Señalar en este punto lo imperdonable de algunos que prefieren hacer botellón y
gastarse el dinero sin contribuir para nada a la pervivencia del festival.
Y si encima añadimos a esto que el trato es de lo más
exquisito, con un buen rollo que no es normal, que en muchos conciertos y
festivales se suele echar de menos en ciertos miembros del staff. Un diez
siempre en esto.
Los carteles suelen ser bastante variados, aunque con mayor
protagonismo de las bandas nacionales, claro, aunque también se suelen a
atrever con bandas de fuera, pero con un fuerte componente underground. Y por
supuesto, innovando, con bandas nuevas, no repetir con las de siempre, no
haciéndole peros a ningún estilo, pasando del Hard Rock al Black Metal.
Aunque al final, el cartel importa poco, porque la idea es
pasarlo bien, ver a gente que solo puedes ver una vez al año y hacer nuevas
amistades y disfrutar de la música que nos gusta y nos apasiona.
Y por supuesto, el punto más importante es que el trato que
te dan te hace sentir como si estuvieras en casa, siendo localidades que te
reciben con los brazos abiertos y siempre con buena cara y con simpatía,
haciendo que tu estancia sea de lo más amena y agradable.
He puesto como
ejemplo el Camorock en la localidad de Alameda en Málaga, pero por supuesto
bien podría hablar del Atalaya en Pozal de Gallinas en Valladolid, el Granito
Rock en Collado Villalba, el Ripollet Rock y tantos otros. Y aunque estos que
he nombrado son gratuitos, los que tienen algún tipo de entrada, por norma
suele ser muy asequible, pudiendo ver varias bandas por el precio de una.
Desde Baquetas y Púas siempre apoyaremos la escena
emergente, y por supuesto, también están incluidos estos festivales que aunque
pequeños, se hacen con una ganas enormes y siempre para hacer pasar una buena
velada de música y metal.
Sirva esto como un pequeño homenaje.
Baquetas y Púas.
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